Los de mi generación amamos los ochenta. En los inicios de esa década, Lima era invadida por la música de los Bee Gees, Kiss, Michael Jackson y fotos de Travolta que imponía formas de vestir y peinarse. También eran populares por los Barrios Altos discos de salsa o chicha como Papá Chacalón. A fines de los ochenta sería la salsa sensual y las baladas, lo que atraparía a los limeños y “RBC la Estación” o “Radio Mar Super Plus” invadían mi casa y la de mis vecinos.
La disciplina casi militar en mi alma mater “La Merced”, los desfiles patrios y hábitos religiosos marcaron mi adolescencia. No fui un mal alumno, sólo diré que para “vergüenza familiar” de algunos sobrinos conservo un diploma por “1er puesto en conducta en 4to año de secundaria”. (Admito haber sido tranquilo pero no nerd…ja ja ja) En la camisa de la promo 80 de primaria recuerdo la imagen de Kiss, pero en la de secundaria promo 85, siempre mercedario, aparecería Soda Stereo, pues siempre amé el rock argentino.
¿Cuándo le entrará la pretensión? ¡Siempre con la misma ropa¡…suspiraba mi madre algunas veces. Tenía pocos amigos del barrio, odiaba ir a fiestas o bailar y mi mundo era leer mucho y escuchar radio. Tenía 11 años y ni la ropa ni el físico me interesaban. Una de mis pasiones era la lectura de los tomos de todas las enciclopedias que había en casa, Llegué a leer casi toda la Biblia. La historia universal, la mitología y biografías de ilustres atraían mi atención. Creo que eso me llevo a ser filatelista. Mis corridas los domingos a las 8 de la mañana al encuentro de coleccionistas en el Correo Central de Lima e invertir mis propinas en estampillas ocupaban mis ratos libres. Aún conservo un primer premio por ganar una exposición de estampillas de futbol que presenté en la Asociación Filatélica Peruana. Esa entrañable colección, que todavía existe, seguro será la herencia de mis nietos.
1980 fue un año que marcaría a mi familia. Con sólo 18 años, mi hermano Javier que había sido el Papa Noel de mis navidades, nos dejó producto de un fatal accidente. Mis padres nunca se recuperarían de tremendo dolor. Fueron meses difíciles y vacíos solo llenados por la boda de mi hermano mayor y la nueva generación de sobrinos que vendrían. El mayor de ellos, el recontra travieso Oswaldito llenaría de anécdotas infantiles nuestros días en casa. Sólo imagínense que el angelito era caserito de la guardia del hospital del Barrio… ¡Tremendo¡
Sábados y domingos en la Parroquia de Santa Ana con el temido pero generoso padre Alberto, fue donde aprendí de jornadas grupales y a tener amigos. Memorizar preguntas y respuestas, participar en concursos y ver nuestros nombres entre los ganadores en el boletín parroquial, llenaba de orgullo a la familia. Luego sería catequista de niños, vendrían las misas y mis primeros pasos con la música, los coros y la guitarra.
Como olvidar mis sábados parroquiales: 15 a 17 catequesis y 18 a 21 mi grupo juvenil. Encuentros de formación, peregrinaciones, campañas de evangelización, chocolatadas, actividades barriales, liturgias y demás, marcarían mi agenda de ratos libres. Mi familia ya me veía como un futuro curita… ja ja ja. El asiento de piedra de la puerta de la parroquia frente a la Plaza Italia es testigo de nuestras aventuras y desventuras juveniles. Aun hoy, después de 30 años, los chicos de JUMISA (Juventud Misionera Santa Ana) siguen con nostálgicos reencuentros. La vida nos llevó por diversos caminos, pero el espíritu (y el whatsapp) nos reúne.
En 1986 recién egresado de la secundaria, el destino quiso que una beca de estudios me trajera a Argentina. Mi madre aspiraba que uno de sus hijos estudie en el extranjero. Si bien mi vocación era el periodismo, iba a estudiar programación, carrera corta que en los 80 sería la revolución de la época. Pensaba quedarme 3 años y regresar a Lima para seguir mis estudios de periodismo. ¡Vaya que las cosas resultaron muy diferentes¡
Todavía conservo el regalo de mis pequeños alumnos de catequesis de una de muchas despedidas. Nunca olvidaré el adiós con mis amigos de la parroquia y de mi familia. Hubieron muchas lágrimas, sueños, deseos, abrazos, y momentos especiales. Fue un 17 de febrero de 1987, cuando partí del Aeropuerto de Jorge Chávez, un mes antes de mis 18 años, por lo que tuve que viajar con permiso de mis padres. Pensé que pasaría mi cumpleaños solo, pero mi madre llegó para darme una sorpresiva serenata, decenas de tarjetas, cartas, y casetes con saludos para celebrar juntos en mi nueva casa del porteño barrio de Belgrano.
Viví cerca de cinco años en mi primera pieza de este aristocrático barrio porteño: lo único bueno era que Ciudad Universitaria me quedaba cerca, pero no contaba con el extremo clima capitalino: crudos inviernos con 0º o infernales veranos de 40º. La “Pensión de Anita” ubicada en un Ph, tenía de vecinos a jubilados que adoptaban una pandilla de gatos que muchas veces comían mejor que los pensionados. La humedad del vecindario era tal que afuera de esa casa se sentía menos frio y más calor. Fueron pocos los estudiantes que soportamos los días en esa pensión: si atrasábamos el pago mensual, Anita repetía la única comida del día. Podíamos pasar más de 15 días comiendo arroz con queso… ja ja ja, época de estudiantes.
Inolvidables serán mis viajes en la oscuridad y el frío de las 6 de la mañana al pabellón 3 de Ciudad Universitaria al lado del rio: sin sacarme el pijama, camperón y frazada como un poncho para recibir mis clases del CBC de estadística o matemáticas.
Anita irlandesa, delgada, de grandes lentes, canosa y refunfuñona; hablaba spanglish pero con sus 70 años vaya si se hacía entender. Recta, frontal, fría pero muy sensible, creo que fui el único peruano que adoptó. Su bandeja con sopa caliente, pan, frutas y demás que me esperaba en mi pieza por las noches luego de mis jornadas de estudio o trabajo todavía la extraño. ¿Cuándo dejará propina para el cartero? ¡Le escribe todo el Perú¡ me decía. Y si. Al principio recibía muchísimas cartas a diario, de los afectos que había dejado en la patria.
Además del clima muy diferente al de Lima, aprender nuevos usos y costumbres, y hasta palabras no fue fácil. En esos años no existían los restaurantes peruanos y había que saborear lo que había. Tuve la suerte de conseguir mi primer trabajo como cadete a metros del lugar donde vivía. Gracias a Don Eduardo, porteño, ateo y socialista, fue el hombre más honesto y correcto que conocí en mi vida. Me explicó mucho del barrio, de política, de historia y del pensamiento de los argentinos. En esos años encontrar un peruano era tan raro como cruzarse con un vietnamita. La población peruana no llegaba a los 4 mil en toda Argentina. Luego en los noventa vendrían las olas de compatriotas que huían de la crisis peruana.
Sabía que para extrañar menos debía de continuar mi rutina limeña en Bs As. Por eso apenas llegué, no pasó una semana hasta que descubrí lo que serían mis primeros grupos juveniles en Bs As. Los jueves encuentros del grupo de oración con el padre Pepe en la Iglesia la Redonda de Belgrano. Sábados y domingos, luego de un regular viaje al norte de la provincia de Bs As, la Parroquia de Santa Maria Reina de Munro era mi cita obligada. Recibí mucho afecto de jóvenes amigos argentinos que supieron recibirme. Y pensar que juntos llegamos caminando a la Basílica de Luján un par de veces…Si bien el mate y el tango no me enamoraron, si otras razones me terminaron de convencer.
Siempre recuerdo cuando mi madre me dijo que decidiera retornar o aprendiera a mantenerme sólo en Buenos Aires. Jamás lo dudé. Le agradecí y acepté el desafío. Creo que no me equivoqué. Tuve que renunciar a muchas cosas valiosas en Perú. Pero sabía que tenía desafíos en Argentina.
Los caballeros no tenemos memoria, las historias románticas que las hubo las dejaremos de lado. Vivir los noventa en Argentina fue un gran reto. Cada dos gobiernos el tercero es de una crisis, cada diez años la Argentina entra en shock. Era 1989 y se escuchaban esas voces. Hoy 2019 parece que nada cambio. Pero eso será parte de una nueva historia…
Exelente hoja de vida gustavito.me hemocionan tus vivencias que sigan los exitos..creo q al igual q yo muchos preuanos kos sentikos reflejados un poquito .